Sobre «Bajo cerezos en flor», Gonzalo
Maire, MAGO Editores 2011:
Por
Juan Jabbaz
«El método
cinematográfico es usado en las escuelas japonesas como elemento para la
enseñanza de dibujo. ¿Cuál es nuestro método para enseñar a dibujar? Tomar
cualquier pedazo de papel blanco delimitado por cuatro esquinas y rellenarlo.
(…) Los japoneses emplean un método totalmente distinto: el alumno —con un
cuadrado, un círculo y un rectángulo— encuadra distintos fragmentos de, por
ejemplo, la rama de un cerezo. ¡Y encuentra una toma cinematográfica! El cine
que se aproxima a ese método organiza la realidad por medio de la cámara,
modelando un fragmento de aquella con el hacha de los lentes».
Serguéi
Eisenstein
No cabe duda que
Gonzalo Maire se ha educado en esa escuela oriental de la que nos habla
Einsenstein. La escuela de la observación. Llegar a lo general reconociendo lo insignificante: Distinguir la
importancia de la ración, su valor en lo que a primeras parece total e
indivisible. Darse cuenta (para luego contarlo) que si no existiese ese
fragmento mínimo, el Todo definitivamente sería imposible, inalcanzable. Ahí es
cuando este poeta chileno —utilizando tintes nipones— nos reúne con la semilla
de un cerezo cayendo, el último rocío antes de arrojarse del árbol, un té que
nace hervido…
En «Bajo cerezos
en flor» se nos sitúa delicadamente frente a imágenes que rescata del anonimato
para darles voz, para proyectarlas en el imaginario del lector, el encargado de
finalizar la obra a través de sus
propios medios, que tienden (tienen) a ser los mismos que utilizó el poeta.
Observación, meditación y proyección. El poema, así, se convierte en un ser
vivo e independiente. Lo que hace que uno pierda la noción de quién es el
creador de la obra, y realmente da lo mismo. Somos todos y el poema es uno, infinito. Va adquiriendo rasgos
ajenos para hacerlos propios: El alma de las cosas, del autor y del lector se
convierten en la suya.
Entender ración
como un apócope de racionalidad puede ser una de las claves para adentrarse en
la poesía de Gonzalo Maire, y más precisamente a este libro en particular, su
primero. El otro día, en una entrevista que tuve la oportunidad de hacerle, estábamos
abarcando las necesidades que generaron la escritura y publicación de «Bajo
cerezos en flor» y también las necesidades que esta obra podría llegar a cubrir
a través de la poesía, en un país tan occidental como Chile. Llegamos al punto
en que le pedí que nombrara algunos de los elementos de la cultura japonesa que
se podrían bien adaptar y adoptar en nuestra sociedad.
(En este punto
debo aclarar que este ejercicio se hizo de una manera muy sutil, ya que Gonzalo
encontraba que imponer cualquier tipo de comportamiento social o cualquier cosa
que no estuviese en los códigos que actualmente se manejan en el país lo harían
caer, a él o a cualquier autor que lo intentase, en una actitud netamente fascista,
repudiable).
Destaco esta
parte de la entrevista, debido a que el definir cuáles eran —para él— los
elementos de la vida japonesa propicios para considerar, contribuirá a entender
mejor la postura del autor y el proceso de trabajo y vida que lleva. Respondió:
«La cortesía y
la prudencia son dos de ellos. Muchos creen que el exceso de ellos hace que los
japoneses sean fríos, pero no lo veo de esa manera. Ellos no demuestran sus
emociones, que es diferente a sus sentimientos. Nosotros somos personas que no
nos sabemos controlar y hacemos estallar las emociones como un torrente, somos
muy desequilibrados. El japonés es diferente, puesto que busca un equilibrio
puede orientar sus sentimientos con más claridad y hermosura».
Son estos dos
elementos: la cortesía y la prudencia, los que envuelven cada letra trabajada
como un kanji en este poemario. Se
reconoce un cuidado extremo del autor en el manejo de las palabras, de los
conceptos. En la creación de ellas y en la ilustración de estos. Se me hace
inevitable no mencionar las —constantemente citadas— palabras de Huidobro en su
Manifiestos (Editorial MAGO, 2010) donde compara al poeta con un «pequeño
dios». Acá Maire va más allá y reconoce, a través de la máxima del Yen, la
posibilidad del hombre de crear vida y transmutar las cosas, y, ¿cómo lo hace?,
lo susurra en la cita de un poema que leeré luego, donde trabaja la relación,
el encuentro con una idea; el proceso de observación, meditación y proyección
que mencioné antes. Un coito donde obviamente no participa solo la razón, sino
que también los instintos, pero dirigidos a un objetivo claro: el poema. Estamos
encontrándonos con el proceso de creación, un shodo occidental. Emoción y sentimiento, dosificados.
Fragmento de «Rinen (Idea)»
¡Ah!
fue en ese
relámpago que, por primera vez,
besé una idea:
Con mis dedos la
acaricié de razón,
en el agua la
unté de tinta y sello
y ella sin
reclamar se desnudó para mí
como un
caparazón de muchas cosas:
Vi su cuerpo
abierto al hombre
lleno de
encanto, de mañana, de copla…
-¡No te vayas!-
le dije,
una vez ya hecho
el amor:
Quédate en mi
puño erecto,
en la comisura
de los montes, bajo mi mano,
escríbete en ti
y a mí
El libro está
lleno de relaciones, o mejor, o también, de puentes que permiten que estas se produzcan.
Con el transcurso de las páginas y de los versos se van reconociendo elementos
propios de la cultura nipona que el autor va fusionando con raíces latinoamericanas.
El libro, el autor y el lector se convierten en un puente intercultural elaborado
a través de la poesía, de buena calidad, sólido, inédito y necesario. Creado al
orden de cuatro puntos cardinales que en este caso vendrían a ser las
estaciones del año, en estas, a través de lo erógeno del lenguaje (cualidad muy
latina) nos paseamos, disfrutando y percibiendo: nuestro entorno, la búsqueda de
la sabiduría, la relación con la muerte y el sentido estético.
Las
posibilidades que presenta el vocabulario occidental necesariamente difieren
con las que ofrece el japonés. Entonces, la relación amorosa entre lenguajes y
estilos opuestos que realiza Maire se produce en base a estados afectivos.
Donde el hablante —rito propio de la literatura— debe seleccionar la palabra y
temática precisa, más cuando se ha propuesto el trabajo de importar estilos que
no entraré a analizar deliberadamente, pero, que se caracterizan por estar
regidos a la base de que cada verso contenga una cantidad de moras o sílabas
determinadas. ¿Qué fue lo que hizo Maire? Me lo explicó el día que presentó el
proyecto, antes de que lo leyera y me imaginara su amplitud. Se basó en el
trabajo realizado por Luis de Góngora con el latín, para, por ejemplo, en el
estilo Tanka, en vez de utilizar las sílabas determinadas, 5-7-5-7-7, usar la
misma cantidad, pero de palabras. Sin alterar el fondo del estilo oriental, sin
pasar a llevar tampoco la identidad del trabajo artístico que se realiza en
esta parte del mundo. Una precisa occidentalización del estilo de vida y del
arte japonés, o bien, una delicada orientalización del modo occidental.
Fragmento de Hashi (Puente de piedra)
¿Podías dos años
imaginarte atrás
conocernos en un
puente hecho de montaña?
¿Creerás que yo
atravesé antes
las orillas
confusas de la primera mañana?
¿Pensarías que
en algún día
el agua
construirá puentes y se lloverían?
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