sábado, 30 de agosto de 2008

La mujer en el arte japonés I.



Kakemmono de Kichijo-ten.


He sentido, desde hace varios años, la curiosidad de saber cómo ha sido vista la mujer en Japón. No puedo dejar de preguntarme la posición que tuvo en la sociedad, cómo era mirada y, por sobre sobre todo, cómo fue representada en el arte. Mi interrogante apunta a la manera en que el japonés representó a la mujer en el campo artístico: su iconografía y concepciones acerca de su belleza.  Si consideramos que desde lo primeros tiempos la sociedad japonesa ha sido muy patriarcal y opresora con el sexo femenino, es de esperar que dicha tendencia se encuentre reflejada en el arte. Y, para abordar el tema enunciado, me propuse dos parámetros a tener en cuenta a lo largo del texto. En primer lugar, este ensayo no pretende ser un estudio sociológico-antropológico ni mucho menos; es, simplemente,  un movimientos de ideas y relaciones que surgen al momento de enfrentar el tema en la contemplación de diferentes obras a lo largo de la historia nipona. En este sentido, no se pretende llegar a un resultado definitivo, pero sí, a través de la interpretación y reflexión de las imágenes, aproximarnos a unas posibles conjeturas sobre el papel de la mujer en la representación visual. Segundo, para desarrollar dichas relaciones, usaré como medio la pintura  y la escultura realizada en distintos períodos del arte nipón: desde sus primeros tiempos (neolítico), hasta la actualidad (específicamente en el género manga). La razón es para manifestar la variación  que ha sufrido el gusto japonés, en cuanto esteriotipos femeninos, concepciones y cánones de belleza, a lo largo del tiempo.

El presente ensayo será dividido en tres partes: la primera desde el neolítico hasta el período de Nara (奈良時代), la segunda desde el siglo X hasta el período Edo (江戸時代), y la tercera  parte, y final, desde  el siglo XVII hasta los últimos tiempos. En forma especial, desarrollaré un ensayo particular de la mujer vista en el manga. La razón de tal división está dada por la doble concepción que ocupa el motivo de la mujer en el arte: en primer lugar una concepción sagrada  y, en segundo lugar, una concepción familiar y cercana. Por ello, la primera parte dará cuenta de la concepción divina y generadora de vida que se le asigna a la mujer desde el neolítico japonés hasta aproximadamente el siglo VIII. Y, la segunda parte, señalará la concepción popular, familiar y humana que dirigirá la manifestación de la mujer en el arte japonés desde los siglo que preceden a la era Heian (平安時代).



La mujer como  motivo de la fertilidad y lo sagrado.

El primer antecedente de la mujer en el arte se encuentra en el período Jōmon (縄文時代), entre el 5.000 a.C. y el 200 a.C. Se tratan de unas pequeñas figurillas de barro llamadas dogu, que representan la fertilidad y la abundancia. Estas figuras son altamente abstractas, pues, son de formas antropomórficas decoradas con líneas y diseños  espirales. Aquí la mujer no se representa directamente (como tal, materialmente), pero sí podemos asociarla a una intención reproductiva-cultual; es decir, con una función catalizadora de la abundacia, tanto material (en cuanto necesidades físicas) como espirituales (favores divinos concedidos  por la estatuilla) por medio de la acción de culto.  La mujer en los primeros tiempos se asocia, por lo tanto, a una cuestión de índole funcional-divino, suprimiendo toda representación o característica particular que identifique el objeto con un retrato. Pero, en este sentido, se apela a un estado sagrado de la condición de mujer, como engendradora de vida. De acuerdo a esto, podemos explicar sus diseños circulares, en la medida que nos suponen las líneas curvas un dinamismo, una femineidad impresa en los adornos de las figuras, asi como también la deformación de los pechos y caderas; exageración que se condice con una primitiva concepción sagrada de la mujer.

Esta concepción permanecerá casi inmutable tras varios siglos de progreso técnico e influencia continental. En efecto, ya muchos siglos después del período neolítico nipón, se siguen encontrando representaciones de la mujer como figura sagrada portadora de la abundancia y portadora de vida. Un excelente ejemplo de esta afirmación la constituye el kakemono (掛け物) de Kichijo-ten, que justamente significa "Diosa de la belleza y la Fertilidad".  Dicho kakemono, o pintura colgante, fue realizada presumiblemente en el año 720, en el período Nara (奈良時代), por lo que es notoria la influencia china en su iconografía y técnica. La obra representa a la Diosa con un traje de la corte con motivos chinos. La figura no es estática, sino todo lo contrario, tanto la  mujer como sus ropajes están siempre en movimiento y dinamismo constante, algo extraño en un período de gran rectitud y estatismo en las artes. Aquí se representa una mujer, con atuendos y gestos característicos, acordes a su rango todavía divino. Podemos pensar, observando la postura y refinamiento de la Diosa, el gusto del japonés por la mujer ede corte en aquellos tiempos. No es inverosímil relacionar la iconografía de la Diosa con el estereotipo de mujer (tanto física como sentimentalmente) que demandaban los japoneses, pues en aquel período se gustaba mucho de toda influencia desde china, y, por supuesto, también la belleza femenina. Cabe destacar que en este período pasamos de una abstracción de la femineidad a una materialización de la mujer a un concepto de belleza en la delicadeza y la fineza. Ejemplo de ello es la postura de las manos y la atmósfera mezclada entre divinidad y status de dama de corte.

También existen diversas esculturas que representan a la Diosa, una de ellas fue realizada en el período Heian (平安時代). Sin embargo, dicha escultura que representa a la Diosa con ropajes chinos, pierde el dinamismo del kakemono anterior y se convierte en una figura muy hierática. El motivo  de la rigídez puede ser el estancamiento del arte de la escultura y el privilegio de la pintura en aquel período, pero, si ponemos atención, nos damos cuenta que, a pesar de la rectitud de la pose, permanece inalterada la fineza y simplicidad de los tonos y volúmenes. Después del surgimiento de estas obras con motivos femeninos  de índole sagrado  y generadores de abundancia, la representación de la mujer dará un vuelco hacia lo cercano y popular, como veremos en la segunda parte del ensayo.



Escultura de Kichijo-ten.










viernes, 15 de agosto de 2008

Breve introducción a la pintura del período Heian.



La pintura que se desarrolla en Japón, alrededor del siglo IX, marca un distanciamiento con la influencia del continente, específicamente la China que, desde ya varios siglos atrás, era el modelo de los artistas japoneses. Este quiebre o, en cierta medida, emancipación de la pintura nipona, tendrá profundas consecuencias en los siglos venideros y en la conformación de una identidad artística propia. En este sentido, conviene señalar, primero, la manifestación de la pintura japonesa antes del budismo y su desarrollo después de su llegada, hasta el siglo IX, de manera general. Luego, aproximarse al contexto social y político del mencionado siglo, tanto de Japón como China para mostrar, sin entrar en grandes detalles históricos, los factores más importantes que gatillaron el distanciamiento entre ambos países. Esto, evidentemente, se reflejará en el arte, en la denominada japonización de la pintura, y el comienzo de la era Heian (平安時代).


La primera manifestación de la pintura japonesa se encuentra en el período Kofun (古墳時代), alrededor del año 250 de nuestra era. Están ubicadas, junto a una gran cantidad de bajorrelieves, en las cámaras funerarias de los grandes señores en la parte norte de la isla de Kyushu (九州). Las pinturas están concentradas, principalmente, en dos recintos funerarios: la tumba real de Otsuka (大塚) y la tumba de la villa Takehara (竹原市). Dichas pinturas están realizadas con diseños geométricos y abstractos, pero se distinguen representaciones de animales y seres mitológicos, pintados con cinco tipos de colores: verde, rojo, amarillo, blanco y negro. En la tumba de Otsuka las pinturas son principalmente decorativas: soldados arriba de caballos recortados del muro por diseños abstractos y líneas geométricas. En esta tumba hay una clara tendencia a rellenar los espacios vacíos, cuyo resultado es la superposición de diseños y ornamentos. Por otro lado, la tumba de la villa Takehara presenta motivos más abstractos y simbólicos: caballos que representan la tierra, una nave en el mar, un dragón en el cielo, elementos que se interpretan como el deseo de tranquilidad del difunto en su paso a un mundo suprafísico. En este caso, la forma en que se representa la imagen es más cercana al estilo que tendrá Japón en los siglos posteriores, dando importancia a la simpleza de las formas y los espacios vacíos.


En el siglo VI, comienza el primer período budista de la historia de Japón, la era Asuka (飛鳥時代). Específicamente en el año 538, el budismo llega a las costas japonesas, trayendo una nueva filosofía y doctrina religiosa que resultó muy atrayente al pueblo nipón. Respecto al arte, el budismo trae consigo la caligrafía y la iconografía de la religión, inexistentes hasta ese entonces en Japón. Ambos elementos se verán íntimamente relacionados a lo largo de toda la historia. Sin embargo, al principio, la pintura japonesa tuvo problemas para aceptar si similar chino, pues, en el continente la pintura budista tenía como fin la presentación de pensamientos y reflexiones profundas de las doctrinas de dicha religión, pero en el caso de la pintura nipona el efecto no fue el mismo, debido a que el japonés no estaba acostumbrado a una filosofía tan compleja como la budista. Como consecuencia, la pintura empezó a carecer de contenido y se transformó en pura forma ornamental.


Tuvo que pasar el período Nara (奈良時代), hasta el año 784, para que la pintura que se desarrollaba en Japón lograda un nivel técnico y artístico igualitario al chino. En este período se desarrollan grandes pinturas colgantes, llamadas kakemono (掛物). Dichas pinturas lograron reflejar fielmente la iconografía china, tanto en las formas de los modelos y la técnica usada (tinta china sobre papel de seda). En esta instancia de desarrollo ya se realizaban retratos de personajes y el diseño de paisajes había alcanzado gran prestigio. Aún así, la expresividad del arte nipón que siglos atrás mostraba en abundancia, en este período estaba subsumido en la técnica china. Sin embargo, los acontecimientos de la era Heian traerán grandes transformaciones en la pintura: su principal cambio será la japonización de la misma. Pero primero, veamos dos factores importantes que propiciaron estos cambios.


1- El emperador Kammu (桓武天皇) decide transladar la capital del país, Nara, a la ciudad de Heian-kyo, la actual Kyoto (京都). Este cambio estratégico se debió a la gran asimilación de la cultura china que tenía Japón, sobre todo del budismo, corriendo el riesgo que la corte del emperador fuera absorbida por la religión china. Este cambio de capital tiene un transfondo mucho más radical: el emperador quería fundar un nuevo gobierno, basado en legislaciones y leyes creadas por él, dejando de lado las formas de gobiernos chinas, que hasta entonces regulaban el acontecer político japonés. Además, en aquella época, la familia Fujiwara (藤原氏) ostentaba gran poder al tener influencia directa en la corte, y mantenía la tranquilidad política y social de Japón. Kyoto se transformaría en la ciudad de las artes y la concentración de la corte imperial.


2- Por otro lado, en China el budismo era perseguido y los templos, asi como los monjes que practicaban dicha religión, eliminados. Japón no tardó en responder al acontecer del continente y, a finales del siglo IX, decide terminar las relaciones con China. Sin embargo, las relaciones entre monjes budistas chinos y japoneses seguían existiendo. Estamos en presencia de los últimos tiempos de la dinastía T'ang (唐朝).


Ante este panorama, Japón adquiere la suficiente confianza como para independizarse de la cultura china, que estaba ya fuertemente arraigada. Además, tenía la aprobación del emperador y el poder político de los Fujiwara para tal acción que, sin duda, marcará un nuevo proceso en la sociedad nipona. En el caso del arte, este se desarrolla fundamentalmente en Kyoto, donde se privilegiaba la cultura y la educación por parte de la aristocracia que allí estaba asentada. El gran cambio que se originó fue la japonización del arte. En cuanto a la pintura, se manifestó en el surgimiento de la gran escuela de pintura llamada Yamato-e (大和絵). En realidad, el nombre de Yamato-e es la denominación de la pintura japonesa que se separa de la influencia china. Dicha separación se materializa en los motivos de las obras: la inspiración se basa en modelos naturales de Japón, fomentando los valores nacionales y cultivando una identidad propia. Se pueden distinguir cuatro motivos diferentes: las inspiradas en paisajes japoneses, las que plasman los trabajos del año, aquellas atraídas por la literatura nipona, y por último, las que tenían motivos relacionados con las estaciones del año. También se produce un cambio en la forma de representar los motivos, pues, nuevamente aparece la fuerza expresiva de períodos anteriores, dando más importancia a la imaginación del artista; vuelve la simpleza de las formas, la carencia de detalles y ornamentación excesiva. En este período, el arte se re-produce desde el punto de vista del japonés, al servido del mismo y con una perspectiva particular, dejando de lado la imitación de China, pero no olvidando totalmente los motivos religiosos chinos, ni la técnica artística que los vecinos del continente trajeron al archipiélago.








Pinturas realizadas por Tosa Mitsuoki (土佐 光起).



martes, 5 de agosto de 2008

Un 6 de agosto...

Hoy, seis de agosto, se cumplen sesenta y tres años desde la detonación de la bomba atómica en Hiroshima (広島市). Es, tal vez, uno de los momentos más viles de la historia de la humanidad. Jamás, a lo largo de todos los tiempos, se exhibió un espectáculo más desgarrador y cruel como el vivido en Hiroshima y Nagasaki (長崎市). La crueldad, la maldad y los valores más bajos del ser humano se demostraron en aquella despiadada guerra. El pueblo japonés, partícipe también en el conflicto, experimentó la fuerza de la tecnología a manos de la crueldad, el odio y la abominación en su concretización más macabra: la bomba atómica.



En estas líneas no sólo presento mi respeto y dolor por todas las personas que perdieron sus vidas en aquel día fatídico, sino, también, a todos aquellos que fueron desprovistos de sus esperanzas y anhelos, desgarrados en todos esos años de matanza. No puedo remediar, ni curar, ni compensar el dolor que atraviesa el pueblo nipón por todas las vidas perdidas. Jamás conseguiré consolar a tantas madres que perdieron a sus hijos, tantas esposas que perdieron a sus parejas, aquellas amistades cortadas en el ocaso de la tarde, aquellas mascotas; animales que nada entendían las estupideces de nosotros ¡y esos miles de niños deseosos de vida, muertos en un flash de calor! Jamás, mis queridos hermanos japoneses, podré devolverles la alegría de vivir juntos de nuevo.


Parece que nunca nos cansamos de luchar, de combatir y de crear odio. Ya no basta con señalar las cifras de fallecidos por la explosión atómica, se hacen insuficientes las imágenes de la guerra para hacernos entrar en razón ¿Qué nos hace falta, entonces? Nos hace falta madurar, como humanidad, como humanos sensibles. Dejamos de lado el progreso espiritual y moral, a ventaja del desarrollo tecnológico. Nada de malo trae esto si va en dirección de un progreso íntegro hacia la elevación del espíritu, pero hemos errado tantas veces el camino... Nadie desea ya una guerra, nadie quiere más violencia entre pueblos, odio entre razas y países. Pero sigue sucediendo. Jamás he podido comprender cómo es posible que se haya creado una obra de arte y, a la vez, una bomba. Japón a experimentado las dos cosas, el crear las más bellas obras de arte relacionadas con la naturaleza, y fabricar armas que atenten contra ella misma.


No podemos volver a caer en lo mismo. Las víctimas de la guerra no deben quedar en el olvido. Si tenemos la voluntad, la convicción y el espíritu de hierro, podemos frenar este tipo de hechos, que gran vacío dejan en nuestros corazones.





A todas las víctimas de la guerra, mis sinceros respetos y condolencias.