I
Sakura: cómo no amarte intensamente. Entre casa pequeña o jardín de arena. Tu brote una gracia insipiente. Como rama seca la perla de tierra. Y mientras viajas yo prófugo. Por la niebla tal sueño con Saturno. Enajenado jardinero impregnado en melancolía. Yo riego la corola tu estéril agonía. Efímera en lienzo, húmeda seda del viento. Consagrada al viejo compositor hijo del monumento. Mientras pupilas obran tronco seco. Desnudo, ovalado, como cielo de velo oscuro. Porque soy amante, ciertamente, inseguro. Asustado tocador de luto en temeroso inicio. Cuando luz nocturna acalló cirio. Y ante labio ella muestra exuberante belleza. Cantora, hermana de espuma serena. Que violenta luna rota como pálida cadena. Sakura: deambulas entre aurora etérea que observa.
Tú amaneces en el solsticio. Con tibia cascada el tiempo matiza azulino. La rama deseosa declina lino. Hacia secretos del loto, flor ya crecida. De la ofuscada cigüeña, vieja y tranquila. Ave palaciega del pensador que retoza infinita.
Pálido aposento recuesta tu esencia. Raíz húmeda inicia estela tu tierna infancia. Y desde ventana yo espero. Al blanco vuelo como grulla. Concluye la noche con grillos anciana luna. Sobre lago manso la escarcha mengua pura.
Un anónimo tu nombre muestra. Mientras él sueña desde un antiguo faro. Primavera, un claro muestra astro tu embarazo.
Capullo soy de pisada triste. Atendiendo las siegas cuando consiguen no crecer. Yermos campos aquietan frutos imperfectos. Fríos con la nieve, hijos de invierno. En ventana la eclipsada sufriente. De tacto rosa, papel efímero está bien. Cuando bambú no tiene precio. Y espárragos exiguos rumian noches como infierno. Mi pecho erecto de dolor. Bajo las nubes amparado y bordeando montañas. Entre bosques una cabaña esperaba la helada.
En silencio mi alma alucina. Por ciudades grises mientras el tiempo marcha. Cuervo en cerro, ronda extraña. Y mono regresa al reloj de marionetas. Entre las cuatro y los sables. De naipes murallas viven tonos los sauces. En el amanecer que se propaga. Enorme nómada índigo, caprichosa mi lejana madrugada. Danzan cerezos sonajas de viento. En los santuarios animistas de viga astillada. Refulgentes tesoros cuan noche templada. Dorado polen, barnizado rezo en cobrizo ardiente. Escucha sakura: ¡cándido céfiro confiere! Las libélulas encauzando pasos de seres distantes. Aluden que, mi voz solloza, está ausente.
La neblina erotiza pasajes abandonados. Visiones que son vertidas en el puente. Junto a canciones de cuna. De mis amores, monstruos de ojos surcos. Quienes tallan poemas de errabundos. Y así versan mis gemidos que estallan. Cuando destino clama un suicidio. Emergen vistas luciérnagas revoloteando por la silueta. La sutil sombra de flor la medianoche.
En el espíritu naufraga vida. Con blancas burbujas y callada frescura marina. Desde océano revelo frente floral. Profundo mar que tormentoso arrastra su atardecer. Cuando matices cambian, árboles oscurecen. Y mis ojos ya no se ven. Entonces vienen las aguas moradas. Buda desaparece las reliquias que subliman todo. Para que reanude el otro. Marchando solitario con una mochila de plomo. Era pequeño el insecto infeliz. Ruin su tierra que a cielo mendiga. Pero libre, eludiendo castillos, iba la golondrina.
El vientre de madre neblinosa. Es ave que derroca las frías argollas. De mi creación en palacete de alondras.
Los capullos suspiran arrecife marchito. Festival de gorriones en campos de conejos. Sangre contraponen caballos y ciervos. Cuando se cubren las florestas de blanco. Que días adelantan al verano. Cerezos que viven el río que fluye. Como corolas de una cúpula sagrada. Expiados desde la lluvia, recogidos para mañana. En crisantemo hidalgo de espada. Solitarias las grullas ahogadas en agua salada. Ellas representan dolor al parir. Mi tronco desnudo, la sakura mana carmesí. Y sus ramas a finales de abril.
Llega marzo y la nevada retira. Porque despejan cielos un día que eclipsa. Al paisaje su pura soledad. Disfrazado en la memoria con fresca sensación. Absoluto artífice para el creador. Vaciando nuestro barro cocido, hijos sin cuidados. Acuosas bocas por el rocío ¡Cuántas noches que apacientan hambre y frío! Aunque pecho obtuvieron nunca rosado. Ni limosna tarde en migajas sin leche. Oscuridad estorbaba el hogar desolado. Que mi madre es hembra como tú. Bienaventurada niña del deceso, flor del cerezo.
Ruinas de la flor seda. Pureza y consuelo en tu tibio color. Lejana y solitaria mi espera.
Mira el cielo
Cerezos florecidos
Lluvia de sangre
II
Los pensamientos del Viento Divino.
Alejada de mí la naturaleza. Fértil las flores que distancian esta vejez. Ojos ajados la cáscara seca. La mano brusca tiembla cambio de estación. Soltera báscula mira pronta era. Iris del equinoccio que eterno deviene primavera. Donde no retrocedo a ser. El norte, viejo señor que se aproxima. Verano y la luna llena. Hojas rojas, otoño, soy tu desflorada apariencia. E invierno con blancura sempiterna. Cuando en montes yo apenas brisa tierna. Porque era sólo un hombre. Y también mil cosas en esta tierra. Campesino de un huerto sencillo. Donde la mañana germina el suave arroz. Comerciante que trepa la montaña. Nacido con velo y negado entre mares. Asimismo obrero de muñeco fino. Artista, filósofo y soñador en el barro. Quien compone arcilla de río. Como joven padre que almacena sus juguetes. Sin embargo, en realidad ninguno era mío.
Incluso creí ser un ladrón. Cuando transitaba solitario, mujeriego entre la naturaleza. Porque también yo fui poeta.
Llora Sakura
La muerte se transmuta.
Estación final.
Yo soy como una oda. Balada tibia del este, graciosa entre mujeres. Y oeste penetrando el atardecer. Acompaño la muerte por abismos del sur. Para quien olvida su casa. Y en el norte entre zanjas desaparece. Porque soy vocero, un trovador. De pasados dolores, expiaciones visten mis ojos. Con manos traviesas y piernas. Que tocan, corretean, los residuos de primavera. Igualmente soy abono que dispone. La materia que deslizaba un recóndito capullo. Hasta el cuenco de té. Junto a la raíz, grulla del ciprés. Allí estoy, entre bruma, aguardando. Tanto en la lluvia que te envidia. La herida que te acompaña. Melocotón tosco un yo dice: “te admiro”. Así siempre florecieras mi delirio. Árbol candelero, yo soy el viento divino. Y tú el fruto prometido. Entristecido antes que ocurriera relámpago en verano. Prosperas un ciclo que sacrifica. Tan apartada vida como plagio de piedra. O templado estero, manso oleaje del cerezo.
Alba sakura, pequeña y rosada. Quebradizo es tu sexo, perfecta la pureza. De tu virginidad siempre austera. Procura escucha a este momento. Mientras te relato la copla del destierro. Deslizándonos juntos entre los ríos. Fluimos hasta el gran océano. Ahogando pétalos por acto íntimo sublimes templos. Y abandonemos juntos el tiempo. Porque hoy te arrojas entre mis versos. Madre otra vez de blanco. Transitas este cobijo, inocente, susurrando al viento. Eres una mujer de regreso. Breve estrella en cielo lustroso de fuego. La noche es cuando desespera. En el albor vientre aurora del incierto. ¿Pero sabes qué? era perfecto. De agrura abierta, madrigal sagrado sin hilo. Quiero mostrarte mi cuerpo en su averno.
III
Sierras amplias la tierra sosiega. Con aves mágicas de muchas péndolas celestes. Entregadas a la miel y el ciruelo. Acurrucadas en el bendito espacio. Con alas pequeñas y la carita ingenua. Plumaje que todavía está despejado. Entonces madre emprende el vuelo entre copas. Resignando una estela de desconsuelo. Desde mi desidia, como un algodón desierto. Ella se derrama indiferente por los cerros. Bajo el color de mayo. De cisnes negros y de cuello largo. Cuando se manifiesta un sapo. Y pudo seducir al gran poeta Bashô. Tarde cualquiera porque ellos deambulaban sin cuidado.
¡Zas! Y todo se calmó. Del pequeño estanque a la nevada sakura. Y de sus pétalos a la luna.
Pensamientos en un puente de madera
El espíritu me hizo desigual. Aguardando de flor réplicas que no hablan. Tal vez sólo el cristal. La mancha de musa o sombra clara. Que no supe cómo abrazar. A piel vidriosa, el tallo y pezón. Entonces confusión peregrina innata al nuevo sueño.
Mientras te deseo sakura, entiendo. Explayar mi sexo es ambicionar tu encierro. Hoy que ya estoy enfermo. Como tú hemos de secarnos en paz. Lágrimas bermellón vibran nuestra carne. Porque tú no fuiste realmente mi madre. Bailarina que venía del otoño. Tímida hembra que imagina llover la sangre. Cuando tú y yo en el puente. ¡Que abata el viejo río! Para vernos, sabes, el ciclo que viene. Allí volaré hacia tu rama. Me dejaré atravesar por ti las alas. Cantaré reiteradamente a la geisha. Quien te vio en mi cuna florida. Y que yo guardaré para ti, sakura.
Vete Sakura,
El tiempo se ha muerto.
Con mis recuerdos.