En el período de Kofun (古墳時代),(250 d.C hasta el 600), los emperadores -señores de grandes familias- eran enterrados en tumbas monumentales para preservar su bienestar en la otra vida. Estas tumbas consistían en una cámara de barro sobre un gran montículo de tierra en donde se colocaba al fallecido señor. Algunas tumbas alcanzaban dimensiones gigantescas, como la del emperador Nintoku (仁徳天皇) quien falleció en el año 399. Su tumba tenía unos treinte metros de altura y unos quinientos cuarenta metros de longitud y, en su interior, se encontraron utensilios de guerra, espejos, cerámina y joyas. Entre ellos, los que más interés han despertado son unas figurillas de barro llamadas haniwa (埴輪) encontradas por miles dentro de la tumba.
Los haniwa al principio eran de forma cilíndrica, hechos de barro cocido, colocados alrededor de la tumba para evitar el desmoronamniento del terreno. Luego, estas figuras comenzaron tomar formas humanas y de animales, siendo más representativa la figura humana. En China estas figuras se usaban para acompañar a los difuntos, pero en Japón su finalidad no está clara. Entre las figuras más repetidas encontramos figuras de danzarines, cazadores y soldados. Su gran atractivo está en la forma desprovista de cualquier ornamento y exceso de detalles en la figura. Se trata de figurillas de extrema sencillez, en donde el énfasis está en la ejecución y la expresividad de sus rostros. Por ejemplo, los ojos son nada más que dos agujeros y la boca otra hendidura. Justamente en esta sencillez está toda su fuerza expresiva, cada rostro expresa una emoción y sentimiento que no acaba nunca de mostrarse completamente. Se hará habitual que el artista japonés entregue sólo los elementos indispensables de la obra y el espectador deberá descubrir el universo que se esconde detrás. Este principio se encontrará en toda la historia del arte nipón.