viernes, 23 de julio de 2010

El budismo en el período Asuka: la escultura Miroku Bosatsu.


El período de Asuka (飛鳥時代) es, sin duda, uno de los períodos más importantes de la historia del Japón. Abarca desde los años 552 y 646 de nuestra era; tiempo en que el budismo llega a las costas niponas. Allí radica su tremenda importancia; Japón comienza a relacionarse con una religión proveniente de una civilización mucho más desarrollada, trayendo impensadas consecuencias sociales y culturales.
En los primeros años existió un rechazo hacia el budismo, ya sea por cuestiones políticas como sociales, que impidieron que esta religión se practicara en Japón. Sin embargo, la emperatriz Suiko (推古天皇) de gran influencia en la sociedad, tenía un principe regente, Shotoku Taishi (聖徳太子) quien era un propagador del budismo. En efecto, en el año 604 publica un decreto en que expresamente se decía que los habitantes del Japón debían adoptar esta nueva religión. En sólo cincuenta años desde aquel edicto, ya se habían construído templos budistas por todo el país; las personas habían adoptado una mentalidad progresista: todo cuanto ayudará a progresar a Japón era beneficioso. La amabilidad y el buen ánimo comenzaban a hacerse notar entre los habitantes, adoptando las principios morales del budismo.
En el campo del arte, tales cambios sociales y culturales que atravesaba Japón se iban a manifestar inevitablemente. Efectivamente, el budismo requería todo un sistema iconográfico y representacional que japón no poseía, pues el Shinto (神道) - la religión nativa de Japón- no necesitaba imágenes de sus deidades, salvo para complementar los rezos. Por ello, se comienza un progreso de creación de escuelas de las diferentes artes existentes, con el fin de producir las obras que necesitaban los templos budistas. Japón vive un proceso de tecnificación del arte gracias al budismo. Una de las primeras escuelas que surge es la de escultura, pues estas obras eran de máxima necesidad en los templos. Entre las muchas obras de escultura que se realizaron en este período, el Miroku Bosatsu (菩薩 弥勒) despierta un interés especial, porque refleja un estilo propio japonés, estableciendo una diferencia con otras obras budistas.
El Miroku Bosatsu es una escultura en madera que, al igual que todas las realizadas en este período, idealiza la forma humana, alcanzando la representación un rango divino. Sin embargo, ésta representa la siguiente particularidad: así como diviniza la formas, también las humaniza. Es esta tensión entre aquello sagrado - lejano- y aquello humano -cercano- lo que despierta tanto interés y fascinación. Pues esta escultura se ha desprendido de muchos convencionalismos representacionales del budismo, dejando una ventana para la expresión personal del artista. El primer elemento particular es la nariz; su forma puntiaguda le da al conjunto una elegancia y delicadeza única. La constumbre era representar la nariz de forma redondeada, pero, el artista al modelarla en punta, ha logrado estilizar la cara; las cejas y los ojos se han simplificado, expulsando la escultura una sensación de tranquilidad y paz interior. A esta labor presta ayuda los ojos entre abiertos y la boca que esboza un sonrisa; estas conforman una sensación de totalidad entre las partes que, en definitiva, ayuda a dar la impresión de serenidad y finura de la escultura. Los dedos colocados delicadamente en la barbilla expresan una manifiesta sensibilidad, reforzando una actitud meditativa y considerada.
En el Miroku Bosatsu, el artista a sabido colocar en los modelos chinos y coreanos la expresividad y simplicidad artística del japonés, que ya empezaba a tecnificarse. Esta escultura presenta un equilibrio pocas veces logrado en el período; entre ternura y sentimentalismo, pero sin caer en extremos. El japonés aprende en estos tiempos una lección que conserva hasta los días de hoy: con pocos elementos, simples, bien definidos y determinados, puede construir una obra capaz de expresar y a la vez esconder todo un mundo simbólico tras de sí misma.