Sobre «Bajo cerezos en flor», Gonzalo Maire, MAGO Editores 2011:
Por: Juan Jabbaz
Llegar a lo general reconociendo lo
insignificante: distinguir la importancia de la ración, su valor. Darse
cuenta (para luego contarlo) que si no existiese ese fragmento mínimo,
el “todo” definitivamente sería imposible, inalcanzable. Ahí es cuando
este poeta chileno, Gonzalo Maire —utilizando tintes nipones— nos reúne
con la semilla de un cerezo cayendo, el último rocío antes de arrojarse
del árbol, un té que nace hervido…
En «Bajo cerezos en flor» se nos sitúa
delicadamente frente a imágenes que se rescatan del anonimato para
darles voz, para proyectarlas en el imaginario del lector. El poema,
así, se convierte en un ser vivo e independiente que va adquiriendo
rasgos ajenos para hacerlos propios: El alma de las cosas, del autor y
del lector se convierten en la suya.
Son la cortesía y la prudencia las que
envuelven cada letra trabajada como un kanji en este poemario. Se
reconoce un cuidado extremo del autor en el manejo de las palabras, de
los conceptos. En la creación de ellas y en la ilustración de estos. Se
hace inevitable no mencionar las —constantemente citadas— palabras de
Huidobro en su “Manifiestos” (Editorial MAGO, 2010) donde compara al
poeta con un «pequeño dios». Acá Maire ya reconoce, a través de la
máxima del Yen, la posibilidad del hombre de crear vida y transmutar las
cosas, y, ¿cómo lo hace? A través de un coito donde obviamente no
participa solo la razón, sino que también los instintos, pero dirigidos a
un objetivo claro: el poema. Estamos encontrándonos con el proceso de
creación, un shodo occidental. Emoción y sentimiento, dosificados:
“fue en ese relámpago que, por primera vez,
besé una idea:
Con mis dedos la acaricié de razón,
en el agua la unté de tinta y sello”
(P.21)
El libro está lleno de relaciones, o
mejor, o también, de puentes que permiten que estas se produzcan. Con el
transcurso de las páginas y de los versos se van reconociendo elementos
propios de la cultura nipona que el autor va fusionando con raíces
latinoamericanas. El libro, el autor y el lector se convierten en un
puente intercultural elaborado a través de la poesía, de buena calidad,
sólido, inédito y necesario. Creado al orden de cuatro puntos cardinales
que en este caso vendrían a ser las estaciones del año, en estas, a
través de lo erógeno del lenguaje (cualidad muy latina) nos paseamos,
disfrutando y percibiendo: nuestro entorno, la búsqueda de la sabiduría,
la relación con la muerte y el sentido estético.
Estamos frente a una precisa occidentalización del estilo de vida y
del arte japonés, o bien, de una delicada orientalización del modo
occidental.
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