viernes, 31 de octubre de 2008

De lo fragmentario e incompleto de la mirada hacia Japón.





Hace un par de semanas participé en el Noveno Concurso Nacional de Arte sobre  Japón, organizado por el Instituto Chileno-japonés, y, aunque no gané el primer lugar, mi obra fue considerada como "destacada". Entonces, bueno, pensando que fue realmente destacada y tiene algo que decir aún, dejo para ustedes unas fotos del cuadro y el respectivo ensayo que presenté para la convocatoria. Verán, después de leer el ensayo, más o menos mi punto de vista frente a la relación entre el arte occidental y el japonés. Espero que lo disfruten.






Vista completa de la obra.


La presente obra, que se titula “una mirada fragmentaria a los cerezos en primavera”, es más que la alusión a una idea tradicionalista de observación de un producto artístico, pues, presenta una serie de elementos inscritos, por el fondo, y debajo de la representación. El tramado central, objetivo primordial del trabajo, es la conformación de un puente simbólico, filosófico y estético entre la perspectiva japonesa y la mirada occidental. Por ello mismo ha sido necesario redactar este pequeño ensayo; de lo contrario, si no se tuviera a mano esta fundamentación, la lectura de mi obra sería superficial y liviana, carente de contenido y exuberante de recursos, dejando en suspensión la importancia de los conceptos e ideas aquí utilizados.


En primer lugar, dejaré en claro el problema que expongo en mi obra; problemática que no encuentra un resultado cerrado, sino, más bien, deja constancia y registro del mismo para expandirse en nuevas incursiones. Y, la cuestión es la siguiente: ¿Cómo, sin ser japonés, puedo trabajar el tema nipón en una obra artística? La pregunta se expande al momento de preguntar sobre la técnica y la articulación que se le da al asunto ¿De qué manera puedo traducir el pensamiento japonés en una obra occidental? ¿De qué manera será vista mi obra? ¿Por una similitud técnica, o una semejanza en contenido? Estas interrogantes, aunque no concientes en todos los casos, serán los pasos que todos participantes cursarán antes de presentar sus respectivas obras. Poco interesa, en este sentido, el resultado a llegar, sino que el verdadero interés se concentra en la lectura que se realiza al problema y cómo afecta a la materialidad de la obra. Ahora bien, volviendo a la pregunta formal, a saber, de la manera en que se puede trabajar el tema nipón, intentando captar su perspectiva con la tradición representacional-cultural del occidental, la respuesta que formulé es que no es posible tal objetivo bajo ningún medio productivo o reproductivo que conlleve la acción y la intención de un sujeto que no se encuentre bajo el seno de la cultura japonesa. La razón es la siguiente: técnicamente se puede copiar (reproducir) una manera de representar un motivo japonés, materialmente se produce algo semejante a una obra nipona, pero conceptualmente hay una desventaja; es un sujeto que mira desde una perspectiva situada en su entorno social-cultural, que lo limita a cierta circunscripción rígida, por lo tanto, mi situación occidental, chilena, me sitúa fuertemente en una mirada rígida y férrea que, aunque mucho esfuerzo ponga, no logra captar la sensibilidad japonesa en su totalidad. La relación es inversa; lo mismo ocurre con el japonés frente a Occidente. Entonces, dada dichas desventajas y puntos pre-constitutivos de mi obra, expongo la forma en que se produce y da una respuesta, o se postula como solución a la problemática.


La manera en que perfilo mi trabajo es, en primer lugar, no rechazar mi perspectiva occidental, y en segundo lugar, acoger una concepción japonesa en sus propios términos filosóficos y conceptuales. En relación a lo primero, no haré caso omiso al legado técnico que la tradición ha ejercido en nuestra historia artística, es decir, la manera en que la materialidad de la obra adquiere un protagonismo en la producción, y, en este sentido, la dirección ilusionista-academicista de la pintura. En cuanto al segundo, no puedo concretizar en su pureza la filosofía japonesa, pero sí trabajarla como si fuera tal. En referencia a la técnica, ocupo el pastel graso sobre papel murillo, pues, aunque es un procedimiento bastante popular y masificado, guarda una relación con mi formación tradicionalista de trabajar. Aquí, expreso la técnica y la representación más occidental: el intentar plasmar la materialidad de la naturaleza de la manera más fiel a la realidad. Pero, de aquí en adelante, la obra se transforma en una construcción en base a conceptos japoneses, que se verán concretizados en algunas partes del cuadro.


En este punto, partimos con el motivo: los cerezos. El cerezo expresa, de por sí, una connotación muy propia nipona, el sentido de fragmentariedad. No en vano, para el japonés evoca un sentido de muerte y transitoriedad de la belleza. Pues bien, es el primer punto que ocupo, un motivo cercano, técnicamente a Occidente (en cuanto paisajismo) y, a Japón, en relación con la significancia emotiva y filosófica. Por ello, la obra se refleja un gran protagonismo de los cerezos que, como pueden ver, se desparraman por el papel con dinamismo, porque, en este sentido, quiero reflejar la soltura técnica del artista japonés que ha perdurado por los siglos. Ahora bien, los cerezos, su sentido de transitoriedad, me plantean dos grandes conceptos de la estética japonesa que utilizo en la obra: el sentido de fragmentariedad, y shibumi (渋味). En referencia al primero, el más amplio y profundo de los dos, en el aspecto teórico, diré lo siguiente. En el arte japonés, existe un componente que se presenta desde los primeros tiempo, hacia ya el período Jomón (縄文時代), que consiste en buscar, de lo particular, un concepto universal. Se desarrollará esta idea con la llegada del budismo, pero que siempre se manifestará en su arte. Esta idea de fragmentariedad implica que la obra muestre su representación, pero que ésta nos evoque algo más por medio de su incompletud (vacíos y espacios en blanco) y nos remita a una meditación y funcionamiento de la aprehensión en busca de la perfección y culminación del cuadro, en términos de infinita reflexión. Por ello, mi obra, aunque deja gran protagonismo a la materialidad de los cerezos y el paisaje, es menos acabada en el reflejo del agua, no por una cuestión estética, sino, que allí se concentra la incompletud de la obra; y en ese mismo instante, nos traslada a la reflexión de la misma imagen. La consecuencia directa de este proceso estético-filosófico, es que el artista ya no obra como sujeto, no hay un yo que produce o “crea” la obra, sino, más bien, es el artista que obra como completud, como absoluto, desde su finitud para evocar la integridad y completud de la obra. Por ello, en consecuencia, yo-artista es suprimido. No hay firma. Pues, la firma, es ya una singularidad que Occidente atribuye al productor de una obra, a quien sólo por poner su nombre, contamina el cuadro en la medida que pone un condicionante frente al observador. Aquí, en mi obra, eso no existe, se busca el absoluto infinito, desde la finitud plural, sin un yo. Aunque, dicho sea de paso, como dije anteriormente, existe un sujeto que mira, una posición frente a la imagen, y por ello, existe una lectura de la obra, y se produce una actitud frente a ella (material, estética y filosófica). En cuanto al concepto de shibumi, éste implica una simplicidad de las formas, una renuncia a la belleza sensible y un despojamiento de los adornos. En este sentido, el cielo es clara muestra de ello, debido, a que es simple, sin grandes trazos, sin grandes volúmenes o, si se quiere, sin gran traducción de la realidad. En concordancia, el cielo, y los cerezos sobre el agua, nos sugiere una economía de recursos y un despojamiento de lo material y mundano.


En conclusión, lo que estoy presentando, es más de lo que aparenta materialmente, y más todavía filosóficamente. Técnicamente, y en su factura nos reconocemos como occidentales, nos sentimos agraciados en su contemplación; filosóficamente nos sentimos remitidos a otra cultura, otra estética y otra forma de mirar el mismo motivo. Se cruzan dos fragmentos, el japonés, y el local, que intentan crear un puente artístico, que si bien es simple, implica un gran compromiso del observador. Porque, de nada sirve vernos reflejados en la obra, si no somos capaces de mirar al otro lado, a Japón. De nada sirve unirnos en una misma contemplación local, si no somos capaces de contemplar lo que ve un japonés, y de nada ha servido esta obra, si nosotros, como occidentales y chilenos, no tenemos el valor ni la voluntad de conocer principios filosóficos y estéticos del país que tanto estimamos. Dejo, entonces, esta pequeña puerta para quien quiera cruzar esta fragmentariedad y desee buscar la totalidad, en el otro lado, donde está la mirada del japonés.








Detalles.































domingo, 19 de octubre de 2008

La historia de Hachiko, el perro fiel.



Foto de Hachiko.


En la entrada de la estación Shibuya (渋谷駅), en pleno centro de Tokyo (東京), se erige una singular y conmovedora estatua de bronce: un perro, sentado en sus dos patas traseras, mira hacia la entrada de la estación ferroviaria. El nombre de aquel perro es Hachiko (ハチ公), quien protagonizará una bella historia de fidelidad a comienzos del siglo XX.


Hachiko nació en 1923 en la ciudad de Odate (大館市),  perteneciente a la prefectura de Akita (秋田県).  Fue un perro de la raza Akita Inu (秋田犬), especie de can perteneciente a la parte norte de Japón. Hachiko, con tan solo dos meses de vida, es enviado a Tokyo, donde su amo,  Ueno Hidesamuro (上野 英三郎) lo esperaba. Ueno era profesor del departamento de agricultura en la Universidad de Tokyo, y obtuvo el canino para obsequiarlo a su hija, que prontamente había abandonado su hogar para ir a vivir con su pareja. Sin embargo, el profesor pronto se encariñó con Hachiko, y decidió quedarse con su cuidado. Incluso, él mismo, bautizó a su nueva mascota como Hachi,  que significa "ocho", pues, observó en las patas delanteras una leve desviación que se asemejaba a una parte del kanji que representa dicho número. Desde allí, comienza a surgir una íntima relación entre ambos, pues, todos los días Hachiko acompañaba a  Ueno hasta la estación de trenes, y, después de comprar el boleto, se despedía de su mascota para marcharse a la Universidad. Hachiko esperaba todo el día en el parque de la estación hasta que el profesor regresara, ya por la tarde. La rutina llamó la atención de los vecinos y paseantes que frecuentaban el barrio, que al poco tiempo también sintieron un gran cariño y aprecio por el can. La costumbre duró hasta el año 1925, cuando, el día 21 de mayo, después que Hidesamuro se despidiera de Hachiko, sufriría un fatal ataque cardíaco en la universidad donde impartía sus clases. Hachiko, sin entender lo sucedido, esperó la llegada de su amo por la tarde y, al ver que no llegaba, decidió quedarse allí. Su fidelidad por su amo lo mantuvo, sin importar las condiciones climáticas,  estacionales ni la persuasión de la gente, merodeando el parque y la entrada de la estación de Shibuya. Los vecinos, que ya estaban al tanto de todo, conmovidos por tal actitud, deciden contratar a un escultor para que levantara una estatua en su honor. Y así, en el año 1934, se erige una estatua en su conmemoración, que, incluso, el mismo Hachiko estuvo presente en su inauguración. El 7 de marzo de 1935, después de esperar 10 años, Hachiko fallece producto de su avanzada edad y una letal filariasis en el mismo lugar donde esperó por tanto tiempo a Ueno.


La estatua inicial fue utilizada para crear armamento durante la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, en el año 1947, nuevamente se erigió en la estación una en la memoria de tan peculiar perro. También, en la ciudad de Odate existe una estatua que representa a Hachiko con su amo, emplazada en el parque de Ueno. Actualmente, cada 8 de abril se realiza una celebración en memoria de la fidelidad de Hachiko en la plaza de la estación Shibuya.




Escultura de Hachiko en la plaza de la estación Shibuya.








domingo, 5 de octubre de 2008

La amada inconstante.

El presente cuento, titulado "la amada inconstante", pertenece a uno de los episodios del libro "Los cuentos de Ise" (伊勢物語). El libro, considerado uno de los clásicos de la literatura japonesa, problamente fue realizado en el siglo IX, durante el período Heian (平安時代). Su autor fue el poeta Ariwara no Narihira (在原業平), un hombre aristócrata con linaje real, hijo del príncipe Abo y la princesa Ito. Ariwara, junto a otros cinco poetas, son los únicos en escribir sus obras en el estilo waka (和歌); estilo que consistía en no dividir las frases en versículos o párrafos, ni tampoco utilizar rimas.





"La amada incostante" (traducción Ronald Keene, Jesús Bay y Gay).


Una vez vivía un hombre en una aldea remota. Un día anunció a su amada que iba a servir a la corte, se despidió tiernamiente de ella y partió. pasaron tres años sin que regresara, y la dama, habiéndole esperado tanto tiempo en soledad, acabó por consentir el pasar la noche con otro hombre, el cual había sido muy amable con ella. Aquella misma noche regresó su antiguo amante. Cuando éste llamó a la puerta pidiéndole que le abriese, ella respondió a través de la puerta con este poema: "Durante tres años esperé en soledad y esta misma noche precisamente otro comparte mi almohada". A lo que replicó él: "Trata, pues, de amarle tanto como yo te amé durante todos estos años". Y con este poema comenzó a alejarse; pero la dama gritó: "Sea lo que fuere, lo que sucedió o no sucedió, mi corazón sigue siendo tuyo como lo fue antes". Pero el hombre se dio la vuelta. Agobiada de pena echó tras él, más no pudo alcanzarle. En un lugar por el que corría un arroyo claro se cayó, y allí escribió en una piedra con la sangre que le corría de un dedo: "No pude detenerlo... Se fue sin dedicarme un pensamiento, y ahora he de desaparecer". Así escribió, y murió allí.




Toyo Sesshu. Período Muromachi.