Hoy, seis de agosto, se cumplen sesenta y tres años desde la detonación de la bomba atómica en Hiroshima (広島市). Es, tal vez, uno de los momentos más viles de la historia de la humanidad. Jamás, a lo largo de todos los tiempos, se exhibió un espectáculo más desgarrador y cruel como el vivido en Hiroshima y Nagasaki (長崎市). La crueldad, la maldad y los valores más bajos del ser humano se demostraron en aquella despiadada guerra. El pueblo japonés, partícipe también en el conflicto, experimentó la fuerza de la tecnología a manos de la crueldad, el odio y la abominación en su concretización más macabra: la bomba atómica.
En estas líneas no sólo presento mi respeto y dolor por todas las personas que perdieron sus vidas en aquel día fatídico, sino, también, a todos aquellos que fueron desprovistos de sus esperanzas y anhelos, desgarrados en todos esos años de matanza. No puedo remediar, ni curar, ni compensar el dolor que atraviesa el pueblo nipón por todas las vidas perdidas. Jamás conseguiré consolar a tantas madres que perdieron a sus hijos, tantas esposas que perdieron a sus parejas, aquellas amistades cortadas en el ocaso de la tarde, aquellas mascotas; animales que nada entendían las estupideces de nosotros ¡y esos miles de niños deseosos de vida, muertos en un flash de calor! Jamás, mis queridos hermanos japoneses, podré devolverles la alegría de vivir juntos de nuevo.
Parece que nunca nos cansamos de luchar, de combatir y de crear odio. Ya no basta con señalar las cifras de fallecidos por la explosión atómica, se hacen insuficientes las imágenes de la guerra para hacernos entrar en razón ¿Qué nos hace falta, entonces? Nos hace falta madurar, como humanidad, como humanos sensibles. Dejamos de lado el progreso espiritual y moral, a ventaja del desarrollo tecnológico. Nada de malo trae esto si va en dirección de un progreso íntegro hacia la elevación del espíritu, pero hemos errado tantas veces el camino... Nadie desea ya una guerra, nadie quiere más violencia entre pueblos, odio entre razas y países. Pero sigue sucediendo. Jamás he podido comprender cómo es posible que se haya creado una obra de arte y, a la vez, una bomba. Japón a experimentado las dos cosas, el crear las más bellas obras de arte relacionadas con la naturaleza, y fabricar armas que atenten contra ella misma.
No podemos volver a caer en lo mismo. Las víctimas de la guerra no deben quedar en el olvido. Si tenemos la voluntad, la convicción y el espíritu de hierro, podemos frenar este tipo de hechos, que gran vacío dejan en nuestros corazones.
A todas las víctimas de la guerra, mis sinceros respetos y condolencias.
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