El hanami (花見) se encuentra fuera de las fronteras del arte, mira desde la distancia las ciencia, no forma parte de la tecnología, no es conjunto de la modernidad. Y, sin embargo, cruza por el fondo cada una de ellas. Está introducido. Se ramifica, como un cerezo, desde el centro de sí misma a todas las manifestaciones del Japón. Sí, el hanami está más allá de los cerezos.
El hanami consiste en una tradición, un rito muy arraigado e increíblemente vigente y atractivo. Trata simplemente de la contemplación del florecimiento de las flores -en especial las del cerezo- a finales de marzo y comienzos de abril. Familias enteras, amigos, cercanos, conjuntos, grupos, se reunen en una celebración social; una y simple: observar. Más allá del rito, más allá de la formalidad, afuera de la fiesta y la tradición, está lo de adentro; lo permanente, lo verdaderamente arraigado: el vínculo con la tierra. El fondo del hanami yace lo irreductible e inmutable: lo simple. No hay más que esto en el hanami. No hay nada más que la manifestación del fondo: lo simple y lo natural.
Lo simple, es el filtro; la naturaleza, el motivo. Estos son los ingredientes de la receta japonesa del hanami. El motivo se hace presente desde los orígenes del Japón. La naturaleza ha brindado, desde los primeros tiempos, el sustento y los elementos necesarios para que proliferara la sociedad (primero fue la pesca, luego la agricultura) No en vano, las primeras deidades fueron las marítimas. La relación íntima con el ambiente empezaba a gestarse desde los primeros siglos. La religión shinto (神道) también contribuyó al fuerte sentimiento de cercanía con la naturaleza, privilegiando los materiales más naturales y menos trabajados o manufacturados. Siglos más tarde, con la llegada del budismo, la sociedad japonesa ya expulsaba en su cotidianeidad el respeto por los seres naturales. Como era de esperar, tal respeto por la naturaleza fue extendido a todas las ramas del hombre; por supuesto, también al arte. En efecto, las principales obras tienen, en su mayoría, cierto motivo que los une con las estaciones del año, los paisajes, las siembras, los campesinos, en fin; los une a la tierra. El hanami se transforma en la síntesis o concentración de esta relación hombre-naturaleza. Llega a tal punto que los cerezos son considerados kamis (神) entidades con rango divino. El motivo (naturaleza) se humaniza, se acerca y se venera. Pero más importante, se comparte con él. Por otro lado, el filtro, lo simple, se gesta a partir de la naturaleza, pero sigue un camino paralelo de nutrición y refinamiento. Lo simple es la manera de relacionarse del japonés con las cosas; es su gusto. El producto más directo de este sentido de lo simple del nipón, es el arte, reflejo del alma. Las obras niponas son imcompletas, precarias e imperfectas, pero simples, donde el observador juega un papel activo, creando y reconstruyendo la parte que falta de la obra. Ése es el punto; lo simple le enseñó al japonés a observar. El japonés se transformó en un gran observador; hasta de lo más pequeño, insignificante y efímero. Lo simple le dió al nipón la humildad de mirada, el poder colocarse a observar a cualquier producto de la naturaleza con atención y sencillez; le dió el respeto, la inspiración, una filosofía, una religión: un sentido a la vida.
El hanami no es una obra de arte, no tiene fin experimental a la ciencia, parece tapado por la modernidad, pero proviene del fondo. Ese fondo, que es el mismo de los primeros habitantes, es el fondo que hoy día se manifiesta cuando estos hombres, ya modernos, se juntan a contemplar los cerezos. No hay algo más simple, y más profundo, que ir a cualquier jardín, a cualquier árbol, a mirar cómo ha florecido. Ése fondo, del que yo hablo, es la mirada humilde hacia la vida y sus creaciones. Porque el hanami está más allá de los cerezos, está en la sencillez.
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[...] http://www.gonzalomaire.0fees.net/2008/06/el-hanami-mas-alla-de-los-cerezos/ Octubre 17th, 2009 in Ensayos y reflexiones [...]
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