Entrevista a Gonzalo Maire, autor de «Bajo cerezos en flor»:
«Sería una lástima si percibiéramos todas las cosas limitadamente»
Por Juan Jabbaz
Gonzalo Maire tiene algo que decir y lo hace publicando su primer poemario, «Bajo cerezos en flor» (MAGO Editores 2011). Desde ahora sus palabras comenzarán a transitar en forma de versos por Santiago, de la mano de ciudadanos que difícilmente podrían distarse más del estilo de vida oriental que el autor nos muestra. Maire nos acerca sutilmente, interviniéndola con rasgos occidentales, una poesía caracterizada por la paciencia (paz y ciencia), y que viene a romper con todo aquello que vemos —¿(des)gracias? a nuestra mirada occidentalizada— como absoluto e indivisible. Le abre la ventana al lector para que éste se tome un tiempo y reflexione reconociendo la valoración de las partes. Es así como el poeta encuadra un fragmento de una rama o de una semilla cayendo, para ir adentrándose en lo general.
¿Por qué y para qué escribe Gonzalo Maire?
Yo escribo simplemente porque deseo escribir. Nadie me ha impuesto esta labor, ni he sido conducido a la hora de comenzar a esbozar una palabra, una idea —mínima que fuese— o un poema. Eso sí, han solidarizado conmigo muchas personas, con abundancia para que siga, pero escribo fundamentalmente por ímpetu personal. Pienso que ser poeta no es un trabajo para mí, no es un título obtenido a través de los libros, no es un cargo literario de los críticos o estetas, ni mucho menos una ocupación: por el contrario, pienso en él como un estado inherente al ser humano y, al mismo tiempo, me es prestado solo provisoriamente. Parece esta afirmación una contradicción a primera vista, y también un problema en el fondo: contradicción que este concepto de «poeta» pertenezca al hombre como algo tan propio, y a la vez un nombre prestado; es igualmente un problema en la medida que se piense en términos de la constitución última de la naturaleza humana. Sucintamente me referiré a ello.
El poeta usa sus adecuados medios para llevar a cabo su misión y yo los he ocupado de manera temporal. En ese aspecto cuando digo «escribo porque deseo escribir» no debe ser considerado como un mero capricho de mi persona, sino un principio: ser fiel a uno mismo como hombre. Yo aquí señalo la máxima de la cultura china que conduce todo mi trabajo, el Yen: la capacidad del hombre de crear vida y transmutar las cosas. Entonces, pues, diré que escribo porque intento ser fiel a mi naturaleza humana y la desencadeno al desarrollar mis inquietudes.
¿Para qué escribo? Escribo para que el por qué sea una consecuencia real, aunque sea destinada o leída por una sola persona. Y pagaré, tal vez, con un nombre prestado de poeta, pero sólo brevemente.
¿Podrías desarrollar un poco la idea de poeta como cargo prestado y temporal?
La razón está dada porque es el lector, junto con el campo de acción donde se desenvuelve el poeta, quienes determinan su condición. No soy poeta por mí, ni de acuerdo al por qué escribo ni el para qué, sino que fue porque otros así lo propusieron. Ese otro no sólo es quien asigna y construye constantemente el nombre de poeta en una persona, sino que bien puede arrebatárselo en determinado caso.
Ahora, yendo directamente a tu libro: ¿En qué consiste el proyecto poético de “Bajo cerezos en flor”?
«Bajo cerezos en flor» es una compilación de poemas con temas alusivos a la cultura japonesa ordenados según las cuatro estaciones del año. Esto es lo que lo define formalmente. Sin embargo, este proyecto poético se construyó tomando en consideración el trabajo de Luis de Góngora con el latín: así como él usó elementos propios de esa lengua y los inscribió en el castellano para sus creaciones literarias, yo he usado las diferentes estructuras compositivas japonesas para realizar los poemas, aunque ajustando y adecuando algunos elementos. Por supuesto que se trata de un proceso mucho más simple y modesto que el ejecutado por Góngora, pero fue éste quien me dio una nueva mirada de cómo acercar —provisionalmente— la poesía japonesa a una pluma occidental. De esta manera resultó que, por ejemplo, un poema japonés denominado Tanka ejecutado con versos de 5-7-5-7-7 sílabas, yo lo codifiqué a palabras, siendo ésta la unidad de medición de los versos, si bien un par de poemas son de métrica libre. Igualmente procuré respetar los elementos que debían estar presentes por norma en el poema japonés, así como todo aquello que estuviera dentro de los límites admitidos en nuestro idioma. Además, del Tanka, experimenté con el Sedoka, el Kakuta, el Chōka (mi preferido por la libertad de extensión) y, desde luego, el Haiku.
La obra artística generalmente viene a cubrir o a acusar necesidades, ¿qué fue lo que originó la creación de “Bajo cerezos en flor”?
Este proyecto surge a partir de una carencia: la insuficiencia de literatura —desde las disciplinas que sean— con tópico de extremo oriente, en particular de Japón, producida por personas no oriundas del archipiélago nipón. El material literario que transita consiste, generalmente, en traducciones o compilaciones de obras realizadas por autores japoneses —o extranjeros— sobre la cultura japonesa, más no realizada por nacionales. De todas maneras figuran excepciones, claro está, pero aun así el volumen publicado es escaso. Esto que digo en sí mismo no es un problema verdaderamente importante, como lo es, por el contrario, la nula contribución de un trabajo que asigne a una problemática —independiente del objeto del problema— un enfoque japonés (o del Lejano Oriente). En otras palabras, no es la constitución de un problema particular el pilar de este libro, sino, más bien, la perspectiva con que lo aborda.
Ante ello, este proyecto poético es, en efecto, la enunciación de una opinión sobre la cultura nipona deliberada por un chileno, que observa en ella las respuestas, las analogías y los debates que generan los problemas que atañen a su ser occidental. Estos problemas se desglosan en cuatro puntos: en primer lugar, la relación del ser con el entorno (la naturaleza y la sociedad), la búsqueda de la sabiduría y el cultivo de las virtudes, la relación con la muerte y, finalmente, la medida de lo pequeño y lo efímero (la estética), aspectos atribuidos a la amplia producción artística japonesa.
¿Existe el ideal de traer, a través de la poesía, algunos aspectos del estilo de vida oriental para mejorar el estilo de vida que se está llevando en esta parte del mundo?
Aprendí con la praxis universitaria que si uno pensara, siquiera, en proponer trasladar un conjunto de normas y comportamientos sociales ajenos a los que existe actualmente en Chile, tanto parcial como completamente, —independiente de la intención que se les quiera dar— es una circunstancia favorable para gritar a los cuatro vientos que el autor de esa idea tiene evidentes síntomas fascistoides. Podemos reflexionar dilatadamente las razones que estimulan a tal reacción colectiva. Y para bien o para mal, rehúyo de caer en esa situación.
Por lo mismo, también creo que es algo que no tiene rendimiento a nivel comunitario, a nivel social. Un discurso dispuesto para grandes masas de personas genera irremediablemente suspicacias respecto a los intereses del discurso y la recepción del mismo. En vez, sólo diré que mi intención como autor es servir al debate de cómo entendernos y pulirnos a nosotros mismos —no desde un punto de vista particular, como país, como chileno o como rol, sino respecto a nuestra constitución humana— desde una vertiente paralela y complementaria de pensarse culturalmente, a través de la tradición japonesa. Esto, sin embargo, entendiendo que la sociedad japonesa presenta valores y un estilo de vida propicios y viables de considerar en nuestra forma de ser, y que, por lo menos, debemos dar la oportunidad de hacer reflexión, sin eludir que también tienen sus defectos y sus vicios para nuestros ojos occidentales, que refrendan constantemente a los japoneses.
Por el contrario, sí considero que reflexionar en torno a valores y estilos de vida nipones pueda ser beneficioso en la medida que sea a nivel individual: porque todo aquello que es una herramienta para alcanzar un grado de sabiduría es bienvenido en el pensamiento de todo ser humano, y esto se consigue en una relación personalizada, individual, que posteriormente se vierte hacia un otro. Por tanto, reitero: yo ofrezco una opinión respecto a un evento, Japón, una perspectiva donde el lector deberá reflexionar y sostener en una balanza, de acuerdo a sus principios y máximas como ser humano, si la información valórica, estética, simbólica, cultural, etc., que se manifiesta en el libro está en sintonía con su pensamiento y, últimamente, decidir. Ese decidir resulta ser lo más importante de todo: es un pilar en la cultura japonesa, y particularmente en el arte japonés; puesto que finalmente es el observador, el receptor, quien concluye la obra —hecha a priori de manera acaba, imperfecta— cuando la indaga infinitamente y le otorga un sentido para él.
Para ti entonces, ¿cuáles serían esos elementos de vida propicios para considerar?
La cortesía y la prudencia son dos de ellos. Muchos creen que el exceso de ellos hace que los japoneses sean fríos, pero no lo veo de esa manera. Ellos no demuestran sus emociones, que es diferente a sus sentimientos. Nosotros somos personas que no nos sabemos controlar y hacemos estallar las emociones como un torrente, somos muy desequilibrados. El japonés es diferente, puesto que busca un equilibrio puede orientar sus sentimientos con más claridad y hermosura.
¿Con qué se va a encontrar el lector de “Bajo cerezos en flor”?
En pocas palabras, el lector se descubrirá con un libro de poesía que va siempre de lo particular a lo general: desde el título del libro, el nombre de los poemas, la temática, el contenido, etc. En muchos sentidos «Bajo cerezos en flor» sigue el encadenamiento que ha dejado la historia del arte japonés, a saber, que la obra artística es el comienzo, de modo imperfecto, abierto, incompleto, para la puesta en escena del rol del receptor activo, una figura primordial en el entramado artístico nipón, quien continúa la obra con su propia meditación. Lo mejor de todo es que ésta no se finiquita: sería una lástima si percibiéramos todas las cosas limitadamente.
Asimismo, anticipo que el lector de este libro se percibirá inmerso en una relación entre su propia integridad con la naturaleza, concebida de dos maneras adjuntas: como todo aquello que es descubierto por nuestros sentidos, lo sensorial, y como por aquello que está más allá de nuestro límites como seres vivientes, y en la misma abertura (sin nunca intuir completamente esa «cosa» desconocida que nos afecta todavía), nos constituye en unidades indivisibles, e íntegras, dentro de la multiplicidad de lo creado.
¿Podrías nombrar algunos autores, artistas u obras japonesas que hayan sido significativos para ti?
Respecto a autores japoneses, encarecidamente recomiendo a Matsuo Basho. Es un encanto revisar sus poemas haiku, por su simplicidad, calidez y virtuosismo, pero entre sus obras ensalzo «Las Senda de Oku»: una auténtica pieza testimonial de su vida y pensamiento. Definitivamente es una influencia a lo que pretendo alcanzar en esta vida. De la misma manera, Hagakure, un libro elaborado a partir del código de los samuráis, es una obra reveladora en mi formación. Allí se encuentran los principios de rectitud y honor aplicables a los guerreros japoneses, aunque bien es ampliable a todo ser humano.
Para finalizar, dejo un artista que no es literato, sino un actor, pintor y cineasta: Takeshi Kitano. De su extensa producción me ha producido gran afección la obra «Dolls», producida en el año 2002: si en mí el lector pudiese ver alguna señal o síntoma de suave angustia, pena o melancolía, créame que esa obra cinematográfica es mi ligadura directa. He dejado este film para el final porque lo considero una síntesis de las características innatas de la cultura y el arte japonés, así como de aquello que he expresado en esta entrevista.