Vuelvo a publicar una de las entradas más significativas para mí. Tratado en breves lineas. Como pintura zen. Expresando la empatía de un momento único. De la conversación que tienen los amigos junto a una taza de té. Y que luego se separan. Por un tiempo. Indefinido.
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Hace algunos días he tenido la suerte y el privilegio de compartir, junto a mis amigas Margarita Schultz, quien me ha formado académicamente en el área de la estética, y Karina García, compañera de carrera, la experiencia extraordinaria del acto de beber un té llamado arte floral. Dicho té es de procedencia china y se ha confeccionado manualmente. Consta de pequeños capullos de hojas tejidas, entrelazadas, que portan en su interior flores naturales.
Al vaciar el agua en la taza, ojalá transparente, y cuidando de que el líquido se vierta por un costado del recipiente, este capullo comenzará a humedecerse desde el fondo. Lo maravilloso comienza en este momento. El tejido sufrirá una hermosa transformación. De a poco, tranquila y espontáneamente, los lazos que ataban su forma de capullo cederán y, desde su interior, emergerán pequeñas flores naturales. Debo decirlo, cuando lo ví, la primera imagen que se me vino a la mente fue Buda sentado sobre una flor de loto totalmente abierta.
No estoy seguro si la intención de este arte floral es crear una relación de proximidad con la imagen de Buda, pero de lo que estoy seguro es que nos llama a la contemplación, al goce de mirar y observar seremanente un pequeño cuerpo, casi frágil, que maravillosamente se expande en un sin fin de formas graciosas. Por lo demás, el ambiente que se generó en aquel momento entre los asistentes fue de una tranquilidad, quietud y paz indescriptible. Entonces, tal vez mi analogía con Buda no era una proposición tan lejana, y su figura, en efecto, estaba más próxima a nosotros en la contemplación sincera y sencilla de aquel pequeño capullo de té.