jueves, 22 de julio de 2010

Dolls: Sawako y Matsumoto bajo los cerezos en flor.


Hace un tiempo tuve la suerte de ver la película Dolls (ドールズ, Doruzu) de Takeshi Kitano (北野 ) y darme cuenta que no es sólo un gran actor, sino también un connotado artista y director. En esta última faceta es donde ha sido más reconocido por la crítica nipona como internacional. Ha producido varias películas basadas en historias policiales y de la mafia japonesa, los Yakuza (任侠, やくざ). Sin embargo, su obra cumbre es Dolls, films que se distancia casi completamente de las historias de hombres duros, fríos y tatuados. En vez de ello, Takeshi coloca hombres melancólicos, tristes, quebrados; lanzados y arrastrados por un destino que mueve como marionetas sus vidas. Dolls presenta tres historias diferentes con un punto central en común: muestra a hombres y mujeres sujetos a un destino que los desborda. Me pareció muy bella, melancólica y poética la escena introductoria de la primera historia, que pasaré a comentar en las líneas siguientes. Primero, eso si, debo mencionar a grandes rasgos de qué consta esta historia.
La primera historia presenta la relación frustrada de Sawako (Miho Kanno, 菅野 美穂) y Matsumoto (Hidetoshi Nishijima, 西島秀俊) quien, debido a un acuerdo familiar, tuvo que romper con sawako para contraer matrimonio con la hija del presidente de una empresa. Minutos antes de la boda, se le anuncia a Matsumoto que Sawako intentó suicidarse y, aunque fracasó, perdió la cordura. De aquí, en adelante, Matsumoto lidera un camino mortuorio con Sawako, llevándosela con él y dejando a su familia, prometida, amigos y todo futuro prometedor atrás. Takeshi experimenta en esta obra las posibilidades de manifestar materialmente las afecciones de los personajes involucrados, en un código netamente japonés. En la primera escena, vemos a los personajes caminar en medio de cerezos en flor, atados por una soga roja a la cintura. Los cerezos en flor tienen una connotación doble: expresan la primavera, la estación más corta de Japón y la más esperada, además de mostrar simbólicamente la muerte. El cerezo es para el nipón la flor más deseada y hermosa, pero, debido a que su florecimiento dura apenas dos semanas, es también efímera. Se considera el cerezo el símbolo de la muerte por excelencia, es un perecer y un renacer, que los japoneses han captado en esta flor y llevado a una filosofía de vida. El cerezo es la vida hermosa, frágil y fugaz, arrebatada por la muerte. Los protagonistas se mueven bajo la melancolía y lo efímero de su existencia, unidos sólo por sus recuerdos.
Sawako y Matsumoto recorren un camino melancólico y a la vez poético, atado por una cuerda roja que los une; esta representa no sólo una atadura física entre ambos, sino que además, representa el lazo pasional. Considero esta cuerda como el símbolo del destino. En Japón se piensa que el destino es un hilo rojo atado al dedo meñique de cada persona. Este hilo está entretejido en las diferentes personas que nos topamos en la vida. Por ejemplo, una madre y su hija comparten ese hilo, su hija con su amiga, y ésta con su familia, así sucesivamente. Ese hilo une a las personas en vida antes que éstas se conozcan. Para el japonés, el concepto del destino es diferente al mundo occidental, aunque tiene algo en común: se está sujeto a él y está determinado con anterioridad. El destino son las pasiones y sentimientos irracionales que no podemos controlar, arrastrando al sujeto a la locura y la muerte. Pasó con Sawako, su pasión por Matsumoto la llevó a intentar suicidarse, y ocurrió igual con éste, quien decide encargarse de aquella. Queda pincelado el camino que arrastra a Matsumoto y Sawako a una muerte melancólica, en donde el primero asume una culpa e intenta enmendarla, pero no se da cuenta que él también a perdido su juicio. En esta escena, pese a ser la primera, introductoria a la historia, engloba y sintetiza todo el argumento del film. La escena es casi una pintura en movimiento, una obra viva que expresa materialmente aquellas emociones que por sí mismas no pueden presentarse.