miércoles, 18 de agosto de 2010

The Yellow Chair: cálida como el sol.

He mencionado, a lo largo de este blog, diversos conceptos relacionados con el arte de japón: fragmentariedad, deformidad emotiva, lo simple, austeridad, etc. Bien podría pensarse que estos conceptos sólo pueden ser aplicados al arte como historia, es decir, remitidos a períodos pasados sin poseer ninguna vigencia o relación con la actualidad artística. Yo sostengo lo contrario. Quizás la representación ha variado, tal vez el formato sea diferente o, simplemente, los motivos sean nuevos. Pero el gusto, donde convergen estos conceptos, se mantiene inmutable. Dicho en una palabra: el gusto, íntimamente relacionado con la cosmovisión japonesa, en la medida que resulta ser el medio de relación con el exterior, por medio de la sensación estética, refleja el pensamiento del japonés, en este sentido, podemos decir que el gusto japonés se ha mantenido a lo largo del tiempo casi invariable, ya que la disposición del espíritu nipón frente a la realidad como fragmento es tan fuerte y profunda como en los primeros tiempos.

No necesitamos ir muy lejos para comprobar estos planteamientos, sólo hace falta hacerlos visibles. Por ello, tomo como ejemplo un manga (漫画) para someterlo a examen; la razón es doble: por una parte quiero hacer evidente los conceptos antes mencionados en una manifestación artística más contemporánea a nosotros -a la vez masiva y popular- y, por otra parte, quiero recalcar la necesidad de considerar el manga no sólo como un producto de la industria comercial, sino, también, como una manifestación artística digna de teorizar e investigar. En vistas a lo ya mencionado, usaré como ejemplo el manga llamado oi Isu (黄色いイス) - The Yellow Chair del autor Hisamu Oto (久無音). Dicho manga es una historia de no más de siete páginas, donde se narra la historia de Riyano Nao, una pequeña niña solitaria quien encuentra en la calle una silla amarilla, la cual le recuerda el color del sol, haciéndole olvidar los días de lluvia y la ausencia de los padres. Ya señalado el argumento, más o menos a grandes rasgos, procedo a relacionar cada uno de los conceptos mencionados, a saber, el de fragmentariedad, deformidad emotiva, lo simple y la austeridad, con el manga de Hisamu. Hago notar, antes de comenzar, que cada concepto no es una unidad autónoma ni independiente del otro, sino todo lo contrario, se sustentan unos con otros, relacionándose íntimamente en la ejecución de la obra. Por lo mismo los agruparé en un escala -ciertamente arbitraria, pero acorde al caso- de categorías superiores e inferiores, en la medida que un concepto resulta estar contenido en otro mayor.

El concepto macro, y categoría superior del arte nipón, o por lo menos en esta obra, es el concepto de fragmentariedad. Este concepto tiene doble connotación; por un lado implica incompletud, así como también indelimitación. Pues bien, la obra entera es un fragmento, no contiene un comienzo, ni un final, es una escena, cual precede y es precedida. Lo vemos reflejado en las primeras páginas, en donde no hay antecedentes que confluyan en las acciones de Nao, por el contrario, suceden. Es en este suceder, sin causa, sin ley, solo en la acción, es donde yace el sentido de fragmentariedad, en su sentido más amplio, dentro de este manga. No hay una causa anterior que determinara a Nao coger la silla de la calle, sólo se manifiesta en las viñetas que suceden, pero ya no como causa, sino como acompañamiento del acto, sin causa. Consecuentemente con lo dicho, sucede el final, no hay un desenlace, una causa que desemboque en un corte, llamado final, sino un no-sucede más. Un pestañeo, así, literalmente, podemos entender la estructura fragmentaria del manga. En este sentido, el observador debe tener una posición activa, pues, justamente, el sentido fragmentario sólo se manifiesta en la medida que el lector evoca e intenta completar la incompletud de la secuencia. De lo fragmentario, como concepto macro, aparecen dos subconceptos: lo simple y lo austero.

Lo simple está en relación con la presentación del fragmento, la austeridad con su representación. Estos dos subconceptos pueden parecernos muy similares, e incluso lo mismo. Pues en esta misma dificultad me encuentro. Ambos nos evocan a la economía de recursos, lo poco, lo mínimo. Pero yo los separo en dos: lo simple a nivel suprasensible, como idea, y la austeridad al ámbito sensible, como representación. No olvidemos que estos conceptos son hijos de la fragmentariedad, por que su significación y ejecución tienen aquel horizonte de incompletud. Lo simple corresponde a la manera de configurar la realidad del nipón, es el filtro de su cosmovisión. Este concepto está asociado a lo estilizado, lo mínimo, pero también a lo puro, esencial y necesario. Como lo simple es una idea, perteneciente al ámbito suprasensible, no actúa como ejecución ni materialidad en los objetos (completamente), sino como legislador de la estructura total del manga. Por lo tanto, lo simple se verá manifestado tanto en el motivo del objeto (una simple silla) como en la configuración completa del manga (una escena de una silla y una niña platicando). Advierto que lo simple, no implica una superficialidad de las cosas, sino, una mirada desde lo mínimo a lo máximo. Por otra parte, lo austero está en relación con la materialidad de la representación. Dicho concepto conlleva a una economización de los recursos, simplificando los detalles, los adornos innecesarios e intentado llevar hasta lo máximo la simpleza de los cuerpos. Es, en definitiva, dejar desnudos los objetos de su carga pomposa y mostrarlos de la manera más desprovista de contaminación visual, con el fin de mostrar las emociones y sentimientos que son capaces de expresar. Ejemplo de ello es la silla, con sólo arquear la boca, hacia arriba o abajo, podemos manifestar su agrado, incomodidad o tristeza. Lo mismo podemos decir de sus ojos, pequeños puntos que expresan los estados anímicos por los que pasa a lo largo del manga. Sólo en la economización casi absoluta de líneas, se logra la expresión más pura de sentimientos a través, justamente, de la simplicidad de la representación.

El último concepto que aludiré será el de deformación emotiva; concepto que, al mismo tiempo, evoca lo suprasensible y lo sensible. Este concepto está paralelo a los dos anteriores, y se nutre de ellos constantemente. Por deformidad emotiva entiendo, justamente, la deformación intencionada del objeto representado en vistas de una expulsión de estados anímicos por parte de él. En este concepto, la idea subordina la forma, en consecuencia, sólo la idea determina la estructura del objeto y su disposición en el espacio. Pongo por ejemplo la silla: su estructura se ha modificado en el respado para dar la idea de que es una cabeza, pues también se le han añadidos ojos y boca. Con estos procedimientos se ha configurado, en la deformación de su estructura, una idea del artista en vista a la manifestación de sentimientos por parte de esta silla. En esa misma medida, su cuerpo tiene que ser simplificado máximamente para denotar su ánimo, pero sin llegar a evidenciarlo completamente, pues, como dije, todo radica en su fragmentariedad y en la incompletud que el lector debe intentar suplir en la reflexión.

lunes, 2 de agosto de 2010

Haniwas: las estatuillas funerarias.

En el período de Kofun (古墳時代),(250 d.C hasta el 600), los emperadores -señores de grandes familias- eran enterrados en tumbas monumentales para preservar su bienestar en la otra vida. Estas tumbas consistían en una cámara de barro sobre un gran montículo de tierra en donde se colocaba al fallecido señor. Algunas tumbas alcanzaban dimensiones gigantescas, como la del emperador Nintoku (仁徳天皇) quien falleció en el año 399. Su tumba tenía unos treinte metros de altura y unos quinientos cuarenta metros de longitud y, en su interior, se encontraron utensilios de guerra, espejos, cerámina y joyas. Entre ellos, los que más interés han despertado son unas figurillas de barro llamadas haniwa (埴輪) encontradas por miles dentro de la tumba.

Los haniwa al principio eran de forma cilíndrica, hechos de barro cocido, colocados alrededor de la tumba para evitar el desmoronamniento del terreno. Luego, estas figuras comenzaron tomar formas humanas y de animales, siendo más representativa la figura humana. En China estas figuras se usaban para acompañar a los difuntos, pero en Japón su finalidad no está clara. Entre las figuras más repetidas encontramos figuras de danzarines, cazadores y soldados. Su gran atractivo está en la forma desprovista de cualquier ornamento y exceso de detalles en la figura. Se trata de figurillas de extrema sencillez, en donde el énfasis está en la ejecución y la expresividad de sus rostros. Por ejemplo, los ojos son nada más que dos agujeros y la boca otra hendidura. Justamente en esta sencillez está toda su fuerza expresiva, cada rostro expresa una emoción y sentimiento que no acaba nunca de mostrarse completamente. Se hará habitual que el artista japonés entregue sólo los elementos indispensables de la obra y el espectador deberá descubrir el universo que se esconde detrás. Este principio se encontrará en toda la historia del arte nipón.